
Lucía Campillo. / Foto: Armando Vázquez
La décima edición del festival cerró con una gala de clausura profundamente emotiva entre homenajes, arte en su máxima expresión y un mensaje poderoso: el flamenco es memoria viva, es amor que no muere
Cuando la pasión se encuentra con el recuerdo, el arte se transforma en un puente entre lo que fue y lo que aún vibra en el alma de quienes están presentes.
Así, fue la gala de clausura de la 10a edición del Festival Ibérica Contemporánea en Querétaro, una noche marcada por la fuerza del flamenco y el homenaje a quienes, con su entrega, dejaron huella imborrable en este escenario que ya pertenece a la historia.
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El Teatro Metropolitano se vistió de emociones desde la primera llamada. Las luces, los acordes, el silencio expectante y las palabras desde el altavoz: “No muere quien ha cumplido bien la obra de la vida con amor”, anticipaban el tono íntimo y profundamente humano de la velada, con el talento de grandes artistas como:
También hubo un homenaje póstumo a grandes almas que caminaron junto a Ibérica: ‘
Emocionada, la licenciada Adriana Covarrubias, directora general del festival, abrió la noche con un mensaje que se alojó directamente en el corazón de los asistentes:
“El Festival Ibérica Contemporánea eres tú, que honras, con tu presencia, la memoria y la pasión de este proyecto”.
Cada palabra era un suspiro agradecido a los artistas, al equipo de trabajo, a las autoridades, pero, sobre todo, a la comunidad que ha hecho suyo este festival a lo largo de 20 años.
La danza se convirtió en testimonio. Desde la introspección poética de Sandra Ostrowski hasta la poderosa energía de ‘Aquelarre‘ por la joven compañía Larreal del RCPD ‘Mariemma’, pasando por la majestuosidad vocal de Jesús Corbacho, la fuerza escénica de Alberto Sellés y la gracia perfecta de Lucía Campillo, cada número fue una ofrenda artística, una forma de decir: “Aquí, seguimos gracias a ustedes”.
Uno de los momentos más conmovedores fue el reconocimiento que Adriana entregó, en el escenario, a personas clave en la construcción de Ibérica, como Manuel Segovia, Adalina Carvajal, Xiomara Ruiz y Xiomara Dávila. En cada entrega, un abrazo, una mirada emocionada, un aplauso que contenía décadas de trabajo, sueños, sacrificios y logros.
Y, cuando los artistas se reunieron en el escenario para la juerga final, guiados por el maestro Cristóbal Reyes, se vivió un momento de catarsis colectiva. Risas, palmas, zapateados, abrazos… era una fiesta, sí, pero también un ritual de despedida. Una promesa de que el flamenco no se va, se queda en cada alma tocada por su fuerza.
“Que Dios bendiga, siempre, a Adriana para que podamos seguir teniendo esta maravilla de Festival”, dijo el embajador del festival y maestro, Juan Paredes, con la voz firme y emocionada y ese deseo, como una oración compartida, se sintió en cada rincón del teatro.
Ibérica no termina. Ibérica se transforma en memoria, en gratitud, en arte vivo. Se despide por ahora, pero su eco seguirá resonando hasta el próximo encuentro en esta capital del alma flamenca: Querétaro.